
Casi 30 años de distancia me separan de la tarde en la que lo conocí, en una sobremesa soleada al aire libre lorquino de Semana Santa . Pocas personas conozco que hayan cambiado tan poco en ese lapso de tiempo, aparte de la pérdida habitual de cabello y cosas similares, tan poco originales. Con él el tiempo es relativo, se estira y se encoge, casi a su voluntad. Ávido lector, busca respuestas incluso cuando no hay preguntas. Su discurso se ramifica y ramifica. Dicotomía infinita. Pero transmite siempre alegría , dinamismo y cercanía. Locuacidad inexorable, tan sólo interrumpida por bocanada o sorbo de cerveza. Mientras, su aperitivo sólido es estatua, se enfría delante de sus ojos , cambia de color incluso , levemente, a ritmo de oxidación-reducción. La voz es idéntica a entonces. Su resonancia en el tímpano desconcierta. Déjà-entendu? Déjà-vécu? Si así fuere, encantado. Una de tantas maneras de retroceder en el tiempo, y afloran vagamente , recuerdos , sensaciones, incluso aromas , de aquella Lorca, de aquellos años de juventud. Magdalena rasurada de Proust, con matices de nicotina y cebada. Con esa enorme sonrisa escrutadora en mirada clavada de soslayo. Sin embargo, no baja la guardia, la línea de su argumentario es inamovible hasta que él lo decida. O hasta que él la disperse, se disperse. Como en un cruce de caminos , a veces no sé si sigo la dirección correcta, no sé si quedarme quieto. Y me dejo llevar por su envolvente voz, consciente de no perderme una sola palabra.




