Pedro: el talento disperso.

Pedro. Sin conservantes ni colorantes.

Casi 30 años de distancia me separan de la tarde en la que lo conocí, en una sobremesa soleada al aire libre lorquino de Semana Santa . Pocas personas conozco que hayan cambiado tan poco en ese lapso de tiempo, aparte de la pérdida habitual de cabello y cosas similares, tan poco originales. Con él el tiempo es relativo, se estira y se encoge, casi a su voluntad. Ávido lector, busca respuestas incluso cuando no hay preguntas. Su discurso se ramifica y ramifica. Dicotomía infinita. Pero transmite siempre alegría , dinamismo y cercanía. Locuacidad inexorable, tan sólo interrumpida por bocanada o sorbo de cerveza. Mientras, su aperitivo sólido es estatua, se enfría delante de sus ojos , cambia de color incluso , levemente, a ritmo de oxidación-reducción. La voz es idéntica a entonces. Su resonancia en el tímpano desconcierta. Déjà-entendu? Déjà-vécu? Si así fuere, encantado. Una de tantas maneras de retroceder en el tiempo, y afloran vagamente , recuerdos , sensaciones, incluso aromas , de aquella Lorca, de aquellos años de juventud. Magdalena rasurada de Proust, con matices de nicotina y cebada. Con esa enorme sonrisa escrutadora en mirada clavada de soslayo. Sin embargo, no baja la guardia, la línea de su argumentario es inamovible hasta que él lo decida. O hasta que él la disperse, se disperse. Como en un cruce de caminos , a veces no sé si sigo la dirección correcta, no sé si quedarme quieto. Y me dejo llevar por su envolvente voz, consciente de no perderme una sola palabra. 

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